Por Patricia García Bruzual
em março, 2005
em março, 2005
Muchas veces la circunstancia de enseñar una disciplina nos cae como muchas cosas en la vida, sin planificación alguna. Simplemente la actividad surge como consecuencia de ser el único disponible o para hacerle un favor a un amigo, o porque te lo pide tu maestro, en vista de probablemente ser el más aventajado de la clase y además disponer del tiempo. En otras ocasiones enseñar se convierte en la única forma de sobrevivir en éste mundo que rodea al flamenco. Sea cual sea la circunstancia que nos pone en el camino de la docencia, hay muchos aspectos que debemos considerar. Enseñar no es un juego, ni una forma de sobrevivir. Si abrazamos el arte flamenco como una filosofía de vida, entonces enseñarlo se convierte en un compromiso de grandes dimensiones.
Enseñar es una aventura que nunca termina y que catapulta nuestra propia percepción del arte a otros niveles, y en nuestros países enseñar se transforma en una odisea, comparable a ésos esfuerzos que tan bien narran las historias épicas que han cautivado a los seres humanos de todas las épocas.
Cada uno de nosotros, los que nos hemos dedicado a la enseñanza, seguramente hemos confrontado los mismos problemas, que trataré de exponer sin priorizar. Seguramente omitiré muchos. Para cada quien, la importancia de cada uno de estos aspectos que trataremos es tan relativa como cuánto les haya costado solventar cada obstáculo. Algunos de ellos a veces nunca serán vencidos, pero eso es lo que diferencia a los maestros de los instructores. Los primeros siempre serán evocados, recordados y respetados. De los últimos solo podremos sacar alguna información para utilizar en algún momento, o lo que es peor, no podremos obtener nada.
Enseñar, aunque al principio puede ser una cadena de improvisación, no debe verse de ésa forma. A ver, alguien que me diga…. ¿CÓMO SE HACE PARA ENSEÑAR FLAMENCO?, ¿DÓNDE ESTÁ ESCRITO?, ¿HAY ALGUNA TEORÍA QUE RESPALDE ALGÚN MÉTODO EN ESPECÍFICO?, ¿CUÁL ES LA MEJOR TÉCNICA? De una u otra manera los que decidimos enseñar flamenco comenzamos con lo que sabemos, recordando cómo nos enseñaron y aportando lo que nuestras experiencias nos permita. En todo caso siempre será una mezcla que será perfeccionada por el antiguo método de “ensayo y error”. Un maestro nunca termina de aprender, pues una vez que decide enseñar sus propios alumnos comienzan a ser una nueva fuente de conocimiento que procesar y añadir a ésta mezcla.
Ése es el primer escollo: ¿Cómo y por dónde empiezo? El flamenco no sólo es taconeo, brazos y manos, expresión y líneas. También es música, ritmo, cante, percusión, filosofía, historia y sus exponentes. Es forjar criterio y espíritu crítico. Es entender la diferencia entre una ejecución con una propuesta artística, teatral, dramática o muy técnica de una simplemente comercial, complaciente.
Muchos excelentes intérpretes resultan ser pésimos maestros y viceversa. Esto es paradójico pero muy real. El arte de enseñar o mejor dicho, la habilidad de hacerse entender puede oponerse abiertamente a nuestra percepción del flamenco como intérpretes. Enseñar requiere racionalizar el arte y balancear alma y genio con cabeza y método; y no todos están dispuestos a ése sacrificio. Pero yo les aseguro que nada vale ir a un aula a demostrar nuestra “genialidad” si no sabemos llegarle al alumno.
Seguramente, y este es el segundo obstáculo, son nuestros propios alumnos. El snobismo desenfrenado de hoy en día nos “regala” alumnos cargados de superficialidad. Son aquellos que simplemente se mueven por la moda. Que quieren bailar “aflamencadamente” un tema de Rosario o David Bisbal, y piensan que lo más finado del flamenco son los “Gipsy Kings” (Sin desmerecer el trabajo de nadie, por supuesto). Llegar a bailar Sevillanas para algunos es ya toda una proeza, un logro enorme. Ahora no se quedarán sentados en las fiestas durante el set de Sevillanas, que aunque cortos, les dan “caché” y aires de “conocer mundo”.
Encontrar ese alumno perfecto, ese diamante en bruto puede costar toda una vida, porque hay que entender algo: La motivación y el embrujo del flamenco pertenece exclusivamente al alumno. La chispa que enciende el interés puede ser impulsada por un maestro. Es ése gesto que ocurre durante una clase, sin maquillaje ni vestuario, con el alma desnuda en nuestro “escenario privado”, o aquellas palabras que llegan al fondo del corazón de aquel alumno único, el impulso necesario para que se pase a nuestro bando. El de los que amamos este arte más allá de cualquier cosa.
Pero más allá de tocar las fibras de uno entre mil alumnos, está el difundir con honestidad aquello que sólo a nosotros nos motiva a vivir el flamenco como una experiencia única y muy personal. Esa sensibilidad transmitida en un salón de clases llega a muchos y es muy poderosa. Al final del día probablemente no saldrá una figura de nuestra aula y si tendremos la satisfacción de crear verdaderos aficionados, conocedores y amantes respetuosos como nosotros del arte flamenco.
Vencer nuestros demonios internos si no es el más difícil obstáculo, está muy cerca. Antes de maestros somos intérpretes. Artistas con egos muy elevados y alta competitividad. Ésa es la razón por la que muchos nos buscan como maestros. Quieren recibir lo que han visto en una tarima y admiran al artista sin prejuicios de ningún tipo. Entonces, pensar en que aquellos que se acercan a nosotros pues creen que tenemos algo que ofrecerles pueden “quitarnos nuestro estilo” o “desplazarnos” es toda una aberración. Para enseñar con honestidad hay que despojarse de toda vanidad y entregar el alma en cada clase. No se puede enseñar buscando la gloria de uno mismo. Aquellos que enseñan guardándose lo mejor para si mismos olvidan que los buenos maestros siempre serán superados.
Ése es el mejor aplauso para un maestro. Ser superados debe ser el objetivo. Ver triunfar a un alumno mueve fibras internas que nos hacen ver otras caras del complejo prisma del flamenco. La satisfacción después de horas de clase, ensayos, regaños y lágrimas es infinita. El triunfo no siempre es ver el nombre de tu alumno en una marquesina. La mayor parte de las veces es en el salón de clases. Un buen maestro sabe lo que cuesta superar cada dificultad del aprendizaje del flamenco y cuando un alumno logra “sacar un paso” eso se traduce en aplauso y la adrenalina es tan fuerte como la que sentimos como intérpretes.
Tenemos que entender que enseñar no significa crear copias de nosotros mismos. El flamenco es un oficio y los estilos son tan personales como intérpretes hay en el mundo. Eso le da al flamenco una característica única que debemos preservar los que decidimos enseñarlo. Lo que podemos darle a nuestros alumnos es en ocasiones finito. Muchos sentirán que ya no pueden aprender más de nosotros y alzarán el vuelo. Y lo que hagan con lo que les enseñamos es potestad personalísima de cada uno de ellos. Aunque cada maestro deja huellas indelebles en el estilo de sus alumnos, debemos aceptar que el flamenco que nuestros alumnos interpretarán no responderá únicamente a nuestras enseñanzas. Con suerte será una mezcla de maestros y vivencias. Y ése es el último eslabón de la cadena. Entender que los alumnos no nos pertenecen y permitirles crecer, volar y triunfar. Hacer nuestro propio flamenco es el triunfo individual para nuestros alumnos y debemos alentarlo.
Les comenté al principio que esto era una aventura. Estoy segura que estarán de acuerdo conmigo. Dejar legado es la ambición de un maestro. Si el tuyo no cumple con ésta condición comienza a buscar a otro, si me permites el consejo.
Me gusta que cada alumno salga contento
de haberse encontrado a sí mismo
(Ángel Muñoz, bailaor)
Um comentário:
Nossa, que texto bonito!
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