Ángela C. González Varona
Contemporáneo, de doble cara, con encajes, de bambú o de marfil… el abanico se ha utilizado y se utiliza como instrumento refrescante, muy útil en los días calurosos. Aunque muchos no lo crean, el abanico sigue estando de moda.
Su origen es incierto, en tiempos de griegos y romanos hay escritos donde queda reflejada su existencia, y en China su existencia era también milenaria. En España existen fragmentos de cerámica ibérica procedentes de Liria (Valencia) donde se observa una figura femenina abanicándose. Pero es en el siglo XIV donde encontramos las primeras referencias al abanico, en la Crónica de Pedro IV de Aragón. Dos siglos después, a mediados del siglo XVI, se introduce el abanico plegable, y con él la creación artesana florece, surgiendo la Real Fábrica de Abanicos en Valencia, que permitió que se abaratase el producto. Más adelante, la artesanía abaniquera se enriquecerá con reproducciones de escenas románticas, taurinas y costumbres valencianas.
El abanico, además de constituir un elemento indispensable de la indumentaria del siglo XVII, se convierte en auténtico instrumento de comunicación en una época en la que las mujeres tenían muy limitada su libertad de expresión.
Cuando las damas del siglo XIX y principios del XX iban a los bailes, eran acompañadas por su madre o por señoritas de compañía, que velaban por su comportamiento y eran muy estrictas en el desempeño de su labor, por lo que las jóvenes tuvieron que inventar un medio discreto para poder comunicarse con sus pretendientes.
Su arte es muy característico y dentro de lo que se ha denominado “el lenguaje del abanico“, cada movimiento tiene un significado muy concreto. Este lenguaje, desconocido para muchos, respondió a una necesidad de las mujeres de comunicarse con sus enamorados que, sin duda, dominaban perfectamente este código secreto.
Totalmente perdido en nuestros tiempos como medio de comunicación, el rico lenguaje del abanico tuvo un importante papel en la relaciones humanas y más concretamente en el flirteo entre mujeres y hombres. Aunque dentro de este lenguaje había diferentes modalidades, la regla común era la colocación del abanico en cuatro direcciones, con cinco posiciones distintas en cada una de ellas. Con este sistema se iban representando las letras del alfabeto.
Igualmente, dependiendo del gesto que se realizara con el abanico, el significado cambiaba radicalmente. Así, sostener el abanico con la mano derecha delante del rostro quería decir “sígame”; moverlo con la mano izquierda, “nos observan”; cambiarlo a la mano derecha, “eres un osado”; dejarlo deslizar sobre la mejilla “te quiero”; abanicarse despacio, “estoy casada”; abanicarse deprisa, “estoy prometida”, o apoyar el abanico en los labios “bésame con pasión”. Son unos pocos ejemplos de todo lo que se podía expresar con el abanico.
Es una costumbre que en un tiempo fue precisa para el propio desahogo de la mujer y que hoy ha perdido todo su sentido, lenguaje peculiar que ha desaparecido, cayendo en desuso : si alguien ve, hoy en día, a una señorita con su abanico tirado en el suelo, lo que en un día significó “te pertenezco”, que no se haga ilusiones, porque simplemente su dueña habrá tropezado y se le habrá caído al suelo.
Contemporáneo, de doble cara, con encajes, de bambú o de marfil… el abanico se ha utilizado y se utiliza como instrumento refrescante, muy útil en los días calurosos. Aunque muchos no lo crean, el abanico sigue estando de moda.
Su origen es incierto, en tiempos de griegos y romanos hay escritos donde queda reflejada su existencia, y en China su existencia era también milenaria. En España existen fragmentos de cerámica ibérica procedentes de Liria (Valencia) donde se observa una figura femenina abanicándose. Pero es en el siglo XIV donde encontramos las primeras referencias al abanico, en la Crónica de Pedro IV de Aragón. Dos siglos después, a mediados del siglo XVI, se introduce el abanico plegable, y con él la creación artesana florece, surgiendo la Real Fábrica de Abanicos en Valencia, que permitió que se abaratase el producto. Más adelante, la artesanía abaniquera se enriquecerá con reproducciones de escenas románticas, taurinas y costumbres valencianas.
El abanico, además de constituir un elemento indispensable de la indumentaria del siglo XVII, se convierte en auténtico instrumento de comunicación en una época en la que las mujeres tenían muy limitada su libertad de expresión.
Cuando las damas del siglo XIX y principios del XX iban a los bailes, eran acompañadas por su madre o por señoritas de compañía, que velaban por su comportamiento y eran muy estrictas en el desempeño de su labor, por lo que las jóvenes tuvieron que inventar un medio discreto para poder comunicarse con sus pretendientes.
Su arte es muy característico y dentro de lo que se ha denominado “el lenguaje del abanico“, cada movimiento tiene un significado muy concreto. Este lenguaje, desconocido para muchos, respondió a una necesidad de las mujeres de comunicarse con sus enamorados que, sin duda, dominaban perfectamente este código secreto.
Totalmente perdido en nuestros tiempos como medio de comunicación, el rico lenguaje del abanico tuvo un importante papel en la relaciones humanas y más concretamente en el flirteo entre mujeres y hombres. Aunque dentro de este lenguaje había diferentes modalidades, la regla común era la colocación del abanico en cuatro direcciones, con cinco posiciones distintas en cada una de ellas. Con este sistema se iban representando las letras del alfabeto.
Igualmente, dependiendo del gesto que se realizara con el abanico, el significado cambiaba radicalmente. Así, sostener el abanico con la mano derecha delante del rostro quería decir “sígame”; moverlo con la mano izquierda, “nos observan”; cambiarlo a la mano derecha, “eres un osado”; dejarlo deslizar sobre la mejilla “te quiero”; abanicarse despacio, “estoy casada”; abanicarse deprisa, “estoy prometida”, o apoyar el abanico en los labios “bésame con pasión”. Son unos pocos ejemplos de todo lo que se podía expresar con el abanico.
Es una costumbre que en un tiempo fue precisa para el propio desahogo de la mujer y que hoy ha perdido todo su sentido, lenguaje peculiar que ha desaparecido, cayendo en desuso : si alguien ve, hoy en día, a una señorita con su abanico tirado en el suelo, lo que en un día significó “te pertenezco”, que no se haga ilusiones, porque simplemente su dueña habrá tropezado y se le habrá caído al suelo.
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